Empleados transparentes
Ah, sí, la transparencia. Apenas existe un elemento fenomenológico de la construcción que se haya utilizado tantas veces para credos ideológicos: desde la arquitectura fascista en Italia hasta la arquitectura democrática en Alemania, pasando por la arquitectura neoliberal en todo el mundo.
No es de extrañar: junto con el hormigón, el vidrio es un material de construcción arquetípico del siglo XX que ha cambiado radicalmente nuestro entorno construido y sobre el que se han impuesto en consecuencia las respectivas condiciones marco sociopolíticas.
Hemos llegado al siglo XXI y el deseo de transparencia se mantiene intacto en esta época, lo que resulta especialmente evidente en los edificios de oficinas. Actualmente se están convirtiendo en un laboratorio en el que va a surgir un nuevo tipo de empleado: el empleado transparente. Esto se debe a la digitalización y a las redes sociales: el intercambio y la comunicación deben tener lugar en cualquier lugar y en cualquier momento, los correos electrónicos se contestan incluso después del trabajo, el repliegue y la privacidad son cosa del pasado.
Apple acaba de demostrar de forma impresionante lo autoritario que puede llegar a ser este enfoque. La nueva sede corporativa (B1/18) diseñada por Norman Foster podría describirse como el epicentro de la transparencia arquitectónica. El interior del edificio circular está formado en su mayor parte por paredes de cristal, tan transparentes que los empleados chocan con ellas a menudo, con contusiones y sangre en la nariz incluidas.
Esto no es agradable para los empleados, pero al mismo tiempo resulta bastante esclarecedor si se tiene en cuenta la reacción de la empresa: La empresa prohíbe a sus empleados pegar post-its de colores en las ventanas como marcadores de transparencia por razones de diseño.
Llegados a este punto, a uno le gustaría recordar a Apple que la arquitectura está hecha para las personas y no al revés. Por desgracia, esto no es posible porque la empresa no quiere hablar de su edificio ni de lo que ocurre en su interior. De todos modos, Silicon Valley no se toma muy en serio la transparencia que exigen los empleados y el resto de la humanidad cuando se trata de su propia visibilidad. Esto también se aplica a la sede corporativa de Apple, que por cierto va tan lejos que apenas hay fotos del edificio.
En cambio: Ambivalencias
El caso de Apple también es interesante desde el punto de vista del diseño. Una de las propiedades más fascinantes del vidrio como material no es su total transparencia, sino su inherente ambivalencia: espejos, reflejos, veladuras, juegos de color y luz, el contraste entre lo abierto y lo cerrado… las diversas posibilidades de diseño han inspirado repetidamente a los arquitectos para crear obras maestras. Algunos ejemplos son la Maison de Verre de Pierre Chareau en París, las casas adosadas de Victor Horta en Bruselas y el Centro de Danza Laban de Herzog & de Meuron en Londres. Lo que resuena en estos edificios es un compromiso con la ambigüedad y, en el caso de Horta, también con lo fantástico y misterioso.
En Apple se busca en vano algo parecido. Aquí se ofrece una racionalidad que se asemeja a la lógica de un algoritmo. Lo emocional y ambivalente -en definitiva, lo humano- ya no tiene cabida en esta arquitectura.
„No seas malvado“
„Si hay algo de lo que no quieres que nadie se entere, tal vez no deberías hacerlo en primer lugar“, dijo una vez Eric Schmidt, ex CEO de Google, en una entrevista televisiva cuando se trataba de la protección de datos. El lema del „Código de Conducta Corporativa“ de Google es, en consecuencia: „No seas malvado“. La arquitectura de Apple, con su penetrante transparencia que ya no permite matices, sigue la misma visión poco compleja de la humanidad. Aquí ya no hay lugar para la ambivalencia. En su lugar, hay narices ensangrentadas.