09.04.2025

Vivir

Bajo tensión: dificultades lingüísticas

La arquitectura se considera uno de los sistemas de símbolos culturales más importantes de nuestra sociedad. Sin embargo, la cuestión de qué se entiende por „cultura“ se ha convertido en los últimos años en un campo de batalla intelectual en el que la arquitectura desempeña (una vez más) un papel central. Entre el etnofuturismo y el poscolonialismo, la singularidad tecnológica y el posthumanismo, el debate sobre la reconstrucción y la política de la identidad, parece como si estuviéramos buscando imágenes de nosotros mismos y descripciones de valores claramente definibles en una sociedad que se transforma radicalmente. La arquitectura no sólo está atrapada en un campo de tensión entre el valor utilitario y las aspiraciones artísticas. La propia arquitectura está constantemente en tensión: artística, social, política y técnicamente. De ahí la vitalidad y la fuerza explosiva que puede desplegar un debate sobre arquitectura. Entendida así, es -posiblemente en el mismo sentido que el lenguaje- la expresión simbólica del comportamiento humano general y una respuesta a las exigencias existenciales. Actualmente, en cualquier caso, la tecnología parece estar complicándole de nuevo la vida a la arquitectura, y esto no se refiere a los manidos debates sobre las ciudades inteligentes o el BIM, ni a aquellos arquitectos que siguen intentando disfrazar su propia tecnofobia con la ayuda del ya superado debate sobre la autonomía.

Más bien, la complejidad de la tecnología se encuentra en otra parte, al menos si hemos de creer al filósofo Hans Blumenberg. En su muy amena „Historia intelectual de la técnica“, Blumenberg afirma que „el ámbito de la técnica adolece de falta de lenguaje“. Así, diagnostica al pensamiento técnico una forma de pobreza lingüística. Esta pobreza, prosigue Blumenberg, no es sólo un „fenómeno que caracteriza al hombre sobrio de la construcción“. Tampoco es sólo una cuestión de atención. Es -y este aspecto me parece especialmente destacable- sobre todo un fenómeno de la propia „mudez de la técnica“, es decir, una incapacidad implícita en la técnica para hablar adecuadamente de sí misma, para verbalizar sus propias acciones, por así decirlo.

Mientras que los artistas y los poetas pueden recurrir a un verdadero „arsenal de categorías y metáforas“ para caracterizar su proceso creativo, el mundo técnico no dispone de un lenguaje tan poderoso. Por ello, Blumenberg llega a la sorprendente conclusión de que „las personas que más determinan la fisonomía de nuestro mundo son las que menos saben lo que hacen“. ¿Acaso la cultura técnica, como quiere hacernos creer Blumenberg, adolece de falta de lenguaje porque simplemente no puede ir más allá de la misma vieja promesa de optimización, eficiencia económica y toda la seductora retórica de la eficiencia que la acompaña?

Se puede discrepar en este punto. Pero sea cual sea la respuesta a esta pregunta, Blumenberg identifica algo que conduce a las contradicciones implícitas de la propia arquitectura: el reto de tratar adecuadamente los aspectos lingüísticos y operativos de la arquitectura en igual medida, de mantenerlos en un equilibrio productivo. Nos recuerda que la arquitectura es un ideal cívico cuyo valor social y estético para la sociedad debe renegociarse y examinarse constantemente. Por tanto, la arquitectura es siempre también una exigencia política para que las cuestiones de interés social se negocien espacialmente.

Esta columna pertenece al número de enero de 2019. ¿Tienes curiosidad? Haz clic aquí para acceder a la tienda.

Nach oben scrollen