Panteón | Apolodoro de Damasco,
Alberto Campo Baeza,
27 A.C.
En su libro „Reminiscencia“, Benedict Esche y Benedikt Hartl retratan la especial relación entre el edificio y el arquitecto. En él, arquitectos pioneros dan su opinión, escribiendo sobre su huella arquitectónica y la influencia de ésta en su propia obra. Aquí, el arquitecto español Alberto Campo Baeza habla de la belleza intemporal del Panteón de Roma.
Hay pocos edificios en la historia de la arquitectura que nos fascinen tanto como el Panteón de Roma, que nos hace perder la noción del tiempo. El Panteón no es sólo perfecto en su belleza y perfección de construcción, sino simplemente de una belleza sublime e innegable. Todos los creadores lo han comprendido. Baste citar a Henry James cuando describe la memorable escena del Conde Valerio arrodillado en el Panteón, iluminado únicamente por la luz de la luna desde lo alto. Esta escena es sencilla y hermosa. En este maravilloso relato, „El último de los Valerio“, el fascinado conde describe el lugar como el mejor de Roma. Vale más que cincuenta San Pedro. Así pues, el Panteón, como contenedor extraordinario, está lleno de una belleza perfecta. Si acurrucamos la espalda contra las paredes del Panteón, el espacio aún puede captarse con nuestra perspectiva humana y, por tanto, es tangible en nuestra mente. Podemos captar el espacio. Este milagro se atribuye a las medidas precisas del arquitecto Apolodoro de Damasco y sería repetido muchos años después por el arquitecto Pedro Machuca en la corte del palacio de Carlos V en la Alhambra. También utilicé precisamente estas dimensiones para desvelar un secreto en mi patio del museo de Granada. Desde un punto de vista utilitario, el templo romano es tan versátil y absoluto que, mucho más que cualquier otra arquitectura de Roma, seguirá siendo siempre un lugar del futuro. Es mucho más que un templo. Refiriéndonos a las Firmitas, el Panteón está tan bien y coherentemente construido y pensado que ha salido indemne de los ataques que ha sufrido cada vez. Tras ser construido por Agripa, sufrió un incendio tan grave que Adriano se vio obligado a reconstruirlo. Domiciano e incluso Trajano dejaron su huella, y sin embargo siempre siguió siendo el mismo edificio, en palabras de Douglas Adams. Y en efecto, el Panteón es pura belleza, es una idea construida, precisa en sus dimensiones y proporciones y en su ligera construcción. Y si me pusiera a hablar de la luz de la belleza eterna del Panteón, no llegaría nunca al final, así que baste decir que Chillida, el escultor español, quedó tan fascinado por la columna de luz que lo abarcaba todo cuando entró que más tarde describió la atmósfera de luz iluminada como más ligera que el resto de la sala. Quizá lo que percibió fue el aliento de un susurro amoroso, como se describe en la sagrada escritura Elías. Y al igual que Elías, él también quedó hipnotizado.
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